El significado y poder de la cruz
Por: Erich Bertuzzi
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En vísperas de Semana Santa, cuando seguramente en todos lados se hará alusión a las Pascuas, creo que es importante que reflexionemos en el significado y poder de la Cruz de Cristo.
La Cruz es la base y fundamento de nuestra FE y de nuestra Misión. Estas nacen en la Cruz de Cristo, y vuelven a ella, siempre. Ella es el eje central del cual no conviene alejarnos, ya que sin cruz no hay evangelio.
Leamos un texto bien conocido en la Palabra, que encontramos en 1 Corintios 1:17 a 2:5
Cap. 1:17 pues Cristo no me envió a bautizar, sino a predicar el evangelio, y esto, no con palabras elocuentes, para que la cruz de Cristo no perdiera su valor.
18 El mensaje de la cruz es ciertamente una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan, es decir, para nosotros, es poder de Dios…
21 Porque Dios no permitió que el mundo lo conociera mediante la sabiduría, sino que dispuso salvar a los creyentes por la locura de la predicación.
22 Los judíos piden señales, y los griegos van tras la sabiduría,
23 pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que para los judíos es ciertamente un tropezadero, y para los no judíos una locura,
24 pero para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios, y sabiduría de Dios…
Cap. 2:1 Así que, hermanos, cuando fui a ustedes para anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con palabras elocuentes ni sabias.
2 Más bien, al estar entre ustedes me propuse no saber de ninguna otra cosa, sino de Jesucristo, y de éste crucificado.
3 Estuve entre ustedes con tanta debilidad, que temblaba yo de miedo.
4 Ni mi palabra ni mi predicación se basaron en palabras persuasivas de sabiduría humana, sino en la demostración del Espíritu y del poder,
5 para que la fe de ustedes no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
· LOS DOS AUDITORIOS DE PABLO: el SENSORIAL y el RACIONAL
Según el v. 1.17, Pablo estaba preocupado porque no se hiciera vana la cruz de Cristo. Existía el riesgo de que ella perdiera su poder y su eficacia. Por eso, cuando estuvo en Corinto puso un énfasis especial en predicar la centralidad de la cruz.
El apóstol era buen conocedor de la sociedad de su tiempo: sabía que los judíos iban tras los milagros (respondían a lo sensorial o emocional) y los griegos tras la sabiduría (respondían a lo racional o intelectual). Unos querían evidencias sobrenaturales que demostraran que el predicador era un enviado de Dios. Otros, no estaban tan interesados en milagros sino en sofismas, es decir, en sabiduría.
· LAS DOS CAPACIDADES DE PABLO: el CARISMA y la ERUDICION
Tanía dotes especiales ministeriales, que ostentaba para obrar milagros y maravillas, cosa que puso en evidencia en diversas circunstancias, como por ejemplo en Éfeso, cuando se nos dice que «hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo» (Hechos 19.11). Y aunque bien sabía que sus congéneres judíos querían que hiciera milagros, él les predicaba a Cristo, ¡y a este crucificado!
Por otra parte, poseía una capacidad intelectual brillante, con la que podía ponerse al mismo nivel que los pensadores de su tiempo. En Atenas debatió con filósofos estoicos y epicúreos (Hechos 17.17-21), que pertenecían a las clases más instruidas de Grecia. Cuando leemos sus epístolas notamos una riqueza de vocabulario y una profundidad de contenido que lo distinguía del resto. La complejidad de sus razonamientos forzó a Pedro a tener que reconocer que en sus escritos había algunos puntos «difíciles de entender» (2 Pedro 3.16). Y aunque bien sabía que los griegos apetecían debatir filosóficamente con él, les predicaba a Cristo, ¡y a este crucificado!
Entonces, como poderoso carismático podía haber satisfecho las expectativas de los sensoriales, y como destacado intelectual, hacer lo propio con los racionales, pero no lo hizo: les predicó, en cambio, a un Cristo crucificado. No procuró el beneplácito ni de judíos ni de griegos. Tampoco hizo alarde de sus capacidades sobrenaturales ni intelectuales; por el contrario, se autolimitó y circunscribió a una única cuestión: «No saber […] cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado» (1 Corintios 2.2).
· ¿POR QUÉ LO HIZO? Atenas había estado antes que Corinto
Algunos estudiosos proponen una interpretación diciendo que quizás Pablo, en su segundo viaje misionero, haya experimentado en Corinto un importante giro ministerial, de carácter correctivo, luego de lo acontecido en Atenas, la ciudad que había visitado anteriormente.
Resulta que en el Areópago había entregado al selecto grupo de intelectuales que lo oía una pieza de oratoria magistral, en la que hacía referencia a la religión del pueblo, y a la del Creador del universo y de la raza humana, advirtiendo que un día, ese «Dios no conocido —decía él— juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, acreditándolo ante todos al haberlo levantado de los muertos» (Hch 17.31).
Cuando hizo alusión al Señor Jesús lo mencionó como «un varón», sin siquiera presentarlo por nombre, ni mucho menos referirse a su muerte en la cruz (si bien podría estar implícita al señalar que había resucitado).
Lucas concluye el episodio mencionando, escuetamente, que «algunos de los que se le habían juntado, creyeron» (vv. 33-34). «Algunos» creyeron, sí, mas no hubo revuelta ni avivamiento como solía darse en otros casos; tan solo «algunos» (pocos) fueron los que respondieron positivamente a su discurso. Por los magros resultados evangelísticos obtenidos, Atenas pasaría a la historia sin mayor trascendencia.
Su próxima ciudad fue Corinto: «Después de estas cosas, Pablo salió de Atenas y fue a Corinto» (Hechos 18.1). Y pasado el tiempo, él les recordó a los corintios que cuando había llegado por primera vez a ellos, no fue «con excelencia de palabras o de sabiduría» (1 Co 2.1) —como parece haber sido el caso en Atenas— sino que se había propuesto, como dijimos, no saber «cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado». ¡Aquella omisión de la cruz en Atenas no volvería a repetirse en Corinto!
· RIESGO A ACOMODAR EL MENSAJE
Siempre podrá existir el riesgo de acomodar el mensaje, de querer satisfacer las expectativas de los oyentes. Quizás podemos especular que Pablo en Atenas llegó a contextualizarse tanto con el auditorio, haciendo alusión a la religiosidad de sus oyentes, y citando a sus poetas y filósofos, que dejó escaso margen para una clara presentación de la persona de Cristo y su obra redentora en la cruz. Tal vez por eso haya sido que se propuso, a partir de Corinto, predicar firmemente al Cristo crucificado, ¡sin importarle a quien le guste o no!
Quizás deberíamos admitir en cuantas ocasiones hemos adaptado o morigerado nuestro mensaje para hacerlo aceptable al otro; o para que no parezca tan absurdo; o nos hemos apoyado en nuestra capacidad de persuasión o carisma, y hemos dejado de darle a Cristo y la cruz el lugar que les corresponde, que es el corazón del evangelio.
No permitamos que nuestro corazón nos engañe, la Palabra nos dice: «Que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» (1 Corintios 2.5).
También vemos, a veces, en las iglesias cristianas, por más que hayan pasado más de 20 siglos, que persisten las mismas ambiciones: la de aquellos que buscan lo espectacular, que sacuda las emociones; y la de aquellos que buscan lo racional, que responda a inquietudes intelectuales.
¿Qué predicaría Pablo en nuestros días? ¿Apelaría al atractivo de sus poderosos carismas? ¿Se valdría de su descollante erudición? Se nos ocurre que ni lo uno ni lo otro, sino que se concentraría en exaltar a Jesucristo y su obra consumada en la cruz.
· EL PODER DE LA CRUZ: La cruz lo tiene todo
Pablo había comprendido que «para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder y sabiduría de Dios» (v 1.24). En otras palabras, en Él se encuentran todo el poder que buscan los sensoriales, y toda la sabiduría que pretenden los intelectuales. Esta es la «locura» que escandaliza al mundo: que en un hombre ejecutado, que cuelga junto a dos malhechores, encontramos la manifestación más plena del poder y de la sabiduría de Dios. En Él está todo lo que necesitamos, ¿por qué buscar en otro lugar? Si eso no nos es suficiente, ¡nada lo será!
Hermanos, ¡no podemos cambiar el mensaje! Para algunos será un absurdo, para otros un escándalo pero esto ya no es nuestro problema. La Palabra nos advierte: que «para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura» (1 Corintios 1.23), o sea una tontería que ofende al intelecto, ¡pero otro mensaje no tenemos!
1) EL PODER SALVÍFICO DE LA CRUZ (“soteriológico”):
De la cruz emana el poder y la virtud que salva al pecador de la condenación. Este es su primer significado, el «soteriológico», que irrumpe en la historia de la humanidad trayendo salvación eterna al perdido. Pablo dijo que «agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación» (1 Corintios 1.21). Se nos mandó predicar, porque esta salvación se trasmite a los humanos por medio de la comunicación de un «loco» mensaje. Seguramente, Dios podría haberse valido de otros medios, pero le «agradó» hacerlo de esta manera, y no estamos autorizados a suponer que la salvación pueda darse de alguna otra forma (que el pecador oiga primero el mensaje y luego crea).
Peligro del universalismo (una herejía destructiva):
Hay una corriente de pensamiento muy antigua, pero muy en boga en la actualidad, que dice que un Dios de amor no puede ser tan cruel como para enviar al infierno a las personas que no tuvieron oportunidad de oír las buenas nuevas. Y agregan que si teniendo conocimiento del evangelio lo rechazan, entonces sí se pierden (esto se conoce como “universalismo”). Si así fuera, más valdría que los dejáramos en ignorancia con tal de no exponerlos a la alternativa de poder rechazar al Salvador. ¡Qué razonamiento más absurdo!
Sin embargo, el versículo más conocido de la Biblia, Juan 3.16, nos revela que tan grande fue el amor de Dios para con este mundo que dio a su Hijo «para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna».
Destacamos dos aspectos: primero, que esta declaración parte del hecho de que el hombre está perdido y de que, precisamente por eso, Cristo fue enviado para salvación; segundo, que para que esta salvación surta efecto y el hombre no se pierda, debe primero haber creído en Él. En otras palabras, todos estamos perdidos —hayamos oído o no— hasta tanto pongamos nuestra fe en Cristo.
¡No hay salvación sin fe en Cristo! ¡No hay fe en Cristo sin anuncio previo! De ahí que sea imprescindible la predicación: «¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique?» (Romanos 10.14).
Se nos encomendó difundir por todo el mundo el kerigma de Dios (el anuncio de la buena noticia), cuyo centro es Cristo, y éste crucificado. En su cuerpo fue cargado tu pecado, el mío, y el del mundo entero. ¡No hay otro camino! «No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4.12).
Por eso predicamos y por eso también hay urgencia en hacerlo. Pero no siempre sostener esta convicción va a ser bien vista o aceptada en una sociedad pluralista y «políticamente correcta» como la nuestra; quizás se nos achacará que somos fundamentalistas e intolerantes, pero es lo que Dios en su Palabra dice, y El no cambia. Su Palabra infalible, que vive y «permanece para siempre» (1 Pedro 1.25).
2) EL PODER SANTIFICANTE DE LA CRUZ (“hagiológico”):
En segundo término, la cruz encierra un significado referido a la santificación (hagiológico). Se trata de nuestra identificación diaria con Cristo y su muerte en la cruz. Dice la Palabra del Señor: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2.19-20).
Pablo había entendido que los beneficios de la cruz apuntaban, primeramente, a nuestra salvación, y más allá de la salvación, a nuestra santificación. En Gálatas 5.24 expresa que los «que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos». Hace 2.000 años nuestro yo fue clavado, juntamente con Cristo, en la cruz. Se trata de un acontecimiento del pasado, que por más que haya transcurrido el tiempo, su poder continúa aplicándose en nuestro andar diario.
Más adelante expresa: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado a mí y yo para el mundo” (Gálatas 6.14).
Lejos de jactarse por algún carisma que tenía o por los resultados obtenidos en el ejercicio de su ministerio, Pablo exaltó una cosa, único motivo para gloriarse, ¡y esto era la cruz de Cristo! Ese «santo» orgullo estaba fundamentado en la comprensión de que su vieja naturaleza había quedado clavada en el Calvario.
¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? (Romanos 6.3).
Algunas veces nuestra teología solo hace referencia a una espiritualidad positiva y exitista; hay muchos libros cristianos que hacen énfasis a «¡Usted puede!», «¡Fuerza!», «¡Anímese!», «¡Adelante!», «¡Dios lo va a ayudar!», que responden más a un positivismo psicológico, que procura robustecer el yo (y de manera transitoria), pero que nada dicen de la cruz!
La Biblia enseña «que en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien» (Romanos 7.18), y que el remedio divino para enfrentar al pecado fue la cruz, único remedio por el que se le asestó un golpe mortal. El yo, clavado en la cruz, hace posible que Cristo habite en nosotros, y manifieste su poder en nuestras vidas.
Pablo declaró: «Os aseguro, hermanos, que cada día muero» (1 Corintios 15.31). Y recordemos la advertencia que nos dejó nuestro Señor Jesucristo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas 9.23).
La cruz no es un elemento de tortura sino de muerte:
El que era colgado de una cruz no salía vivo, era para muerte. A veces lamentamos la pesada cruz que nos toca llevar, en alusión a alguna circunstancia que estamos atravesando, como puede ser una enfermedad, una injusticia sufrida, etc. Pero eso, más que llevar una cruz es soportar una «carga» o tener un «aguijón» (Gálatas 6.2; 2 Corintios 12.7), cosas que son muy distintas. Llevar la cruz es decidir cargar el oprobio de Cristo, renunciando a nuestro yo. Implica la muerte del yo: «Niéguese a sí mismo».
Ejemplo de los fundamentalistas islámicos que mueren al yo:
Quienes practican este concepto de morir al yo, sin bien en otro sentido equivocado, son muchas veces los fundamentalistas musulmanes. Estos se inmolan y vuelan por los aires creyendo que de esta manera hacen un bien por Alá y recibirán el paraíso. Pero lo interesante del caso, más allá de lo aberrante, es cómo se da ese proceso: no suelen ser forajidos o ignorantes sino jóvenes educados, algunos profesionales, de «buena» familia, religiosos, que buscan obedecer literalmente al profeta Mahoma con la esperanza de llegar al Paraíso. Así memorizan desde pequeños el Corán. En el tiempo de preparación ensayan colocándose el cinturón de explosivos, esperando el momento propicio para utilizarlo. Graban un video de despedida para sus padres y hermanos. Y finalmente, llega el día y se dirigen al lugar donde haya la mayor concentración de gente y aprietan el botón, estallando por los aires, sembrado muerte y destrucción!
¿Cuándo mueren? Físicamente, cuando se vuelan; «espiritualmente», cuando renuncian a todo. Y esa decisión la toman, probablemente, meses o años antes de apretar el botón, cuando renuncian a la familia, al noviazgo, al estudio, al confort, al futuro.
¿Comprendemos ahora mejor lo que quiso decir nuestro Señor Jesús cuando advirtió: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo»? Estaba diciendo que debemos olvidarnos de nuestro yo y morir a la carne. Pablo lo expresó así: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2.20).
¿Quién está dentro de nosotros ahora? ¿Quién nos gobierna? ¿Es Jesús o el viejo yo?
Gran parte de los problemas que enfrentamos, sean estos personales o ministeriales, se deben a que el yo está vivo, y es allí cuando es preciso llevarlo al altar y confesar que el Yo fue muerto juntamente con Cristo.
Pablo escribió: «El mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo (Gálatas 6.14). Para él el mundo estaba muerto, y él para el mundo también lo estaba. La cruz actuaba eficazmente en ambas direcciones, librándole de las tentaciones exteriores y también de las interiores que brotaban de su corazón.
Recordemos en todo momento de nuestro peregrinaje esta verdad tan estimulante: por la cruz fuimos salvados un día, y por ella somos santificados todos los días. Por ella nuestro enemigo el diablo fue derrotado y despojado (Colosenses 2.14-15); y por ella nuestro enemigo interior, que es el peor de todos, fue muerto. De nada vale el esfuerzo humano, la batalla fue ganada en el Calvario, y por ello vivimos en victoria. Su sangre nos limpia de todo pecado y nos hace justos ante el Amado.
CONCLUSION:
Para concluir, volvamos una vez más al Calvario, a esa cruz que humilla nuestro orgullo y abochorna nuestro intelecto. Una cruz que nos resulta locura. No la desplacemos ni la silenciemos, por más ofensiva que resulte ser.
Es verdad, ella también escandaliza. Pablo decía: «Si aún predicara la circuncisión, ¿por qué padezco persecución todavía? En tal caso se habría quitado el escándalo de la cruz» Gál 5.11
Pero permanezcamos firmes, plantados al pie del madero ensangrentado, porque un día no lejano, sorprendidos, nos encontraremos con muchos que ella emblanqueció por no habernos movido nosotros de ella.
Vayamos ahora al altar, y agradezcamos al Cordero que fue inmolado para que le pertenezcamos y estemos para siempre con Él.
Quiero finalizar leyéndoles una poesía muy hermosa que describe la persona de Cristo:
“EL CRISTO INCOMPARABLE”
Hace dos mil años nació un Hombre contrariamente a las leyes de la naturaleza. Vivió en la pobreza y fue criado con sencillez. No hizo largos viajes; solamente en una ocasión cruzó la frontera de su país, cuando tuvo que exiliarse en la niñez.
No poseía riquezas ni influencias. Sus parientes eran gente común, y no tuvo educación formal. Durante la infancia provocó pánico a un rey; en la adolescencia dejó asombrados a los maestros; en su adultez rigió el curso de la naturaleza: caminó sobre las aguas como sobre pavimento, aquietó al embravecido mar, sanó a las multitudes sin medicina, y no cobró por sus servicios.
- Nunca escribió un libro; sin embargo, todas las librerías del mundo no podrían contener los libros que se han escrito de él.
- Nunca escribió una canción; sin embargo, él ha provisto de temas para más canciones que todos los compositores juntos.
- Nunca fundó una universidad; sin embargo, todas las aulas del mundo no pueden igualar la cantidad de discípulos que él congrega.
- Nunca dirigió un ejército, ni enroló a un soldado, ni disparó un fusil; sin embargo, ningún militar logró reclutar tantos voluntarios bajo sus órdenes, ni rebeldes que depusieran sus armas y se rindieran sin disparar tiro alguno.
- Nunca practicó la medicina; sin embargo, ha sanado por lejos a más corazones quebrantados que todos los médicos y terapeutas juntos.
Una vez por semana, las ruedas del comercio dejan de girar y las multitudes se amontonan por doquier para tributarle honor y alabanza a su Nombre.
Las celebridades de la antigua Grecia y Roma han pasado; la de los famosos científicos, filósofos y teó1ogos, también. Pero la fama de este Hombre crece día a día cada vez más. Aunque hayan transcurrido dos mil años desde que lo crucificaron, sigue vivo. Herodes y Pilato no pudieron destruirlo, y la tumba no pudo retenerlo.
Proclamado como Rey de reyes, reconocido por los ángeles, adorado por los santos, temido por los demonios, ¡es Cristo, nuestro bendito y amado Señor y Salvador!
Citado en Evidencia que exige un veredicto, Josh McDowell (Cruzada Estudiantil y Profesional para Cristo, Cuernavaca, México, 1975, en pp. 137-138), de The incomparable Christ, Oradell N. J., American Tract Society.
ORACION:
Señor, venimos al Calvario, a los pies de tu cruz, para decirte que en ella encontramos todo el poder y la sabiduría que necesitamos. ¡Qué difícil es explicar esto, Señor! ¡Cuán ineptos somos para hacerlo! Es un misterio que quisiste revelarnos, que en parte conocemos, y en parte disfrutamos, pero cuyo precio y alcances hoy no llegamos a comprender, pero un día sí llegaremos a conocer plenamente.Acudimos una vez más al pie de tu cruz y te decimos que aquí estamos, buscando tu limpieza y santidad, y que lo hacemos en humillación. ¡Amén!
Erich B. Bertuzzi (29/03/2015)
(fuente: “Ríos en Tierra Seca”, Ponencia 17, Federico Bertuzzi).