4 noviembre, 2018

Jesucristo Hombre


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Hoy que celebramos la cena del Señor, es una buena oportunidad para que reflexionemos, sobre nuestra identidad:

Sobre: ¿Quiénes somos como personas?, ¿Quiénes somos como hijos de Dios?, ¿Quiénes somos como cuerpo de Cristo?

Y cuando hablamos de identidad, lo primero que se nos pude venir a la cabeza, es que cosas, que acciones o que pensamientos puedo desarrollar para parecerme más a Dios.

La paradoja, el misterio, es que Dios se ha parecido a nosotros primero.

Tres momentos culmines de la vida del Señor analizaremos, para ver como Dios mismo, es el que tiene la iniciativa de identificarse primeramente con el hombre.

  1. Su encarnación
    Según el primer libro del Evangelio de juan, en el capítulo 1, el  versículo 1 dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Pero ese Verbo, que es figura de Cristo, en el versículo 14 dice: “y el Verbo fue hecho carne y habito entre nosotros…”. Así dice Filipenses 2:6-7: “el cual, siendo en forma de Dios, no estimo el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó de sí mismo, tomando forma de sirvo, hecho semejante a los hombres”.

    La encarnación de Cristo, no solo se limita a tener un cuerpo humano, sino a vivir como tal: Cristo pasó 9 meses de gestación, fuecircuncidado al 8º día (donde sangro), fue un refugiado en tierra de Egipto, se sometió a sus padre, trabajo en el oficio de carpintero, se cansó, sintió dolor, compasión, alegría, sufrimiento, enojo.

    Él fue la encarnación de la humanidad plena, sin corrupción, como en el inicio de los tiempos.

  2. Su muerte
    Pero “Al que no conoció pecado, por nosotros (Dios) lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. II Corintios 5:21.

    Cristo no escatimo nada en parecerse a nosotros, al punto tal, que tomo sobre si todos nuestros pecados (los míos, los tuyos, los de la humanidad entera). Siendo rico se hizo pobre, siendo Señor se hizo servidor, siendo poderoso se humillo.

    La Cruz de Cristo, no es un momento aislado de su vida, es consecuencia de la forma en que vivió. Cristo en la Cruz, es más que un simple sustituto, más que un representante o símbolo, él fue nosotros. Filipenses 2:8 continua: “y estando en la condición de hombre, se humillo así mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.

  3. La resurrección
    Pero la identificación de Cristo con nosotros, no termina ahí. Habiendo resucitado al tercer día y venciendo la muerte, en lugar de ascender directamente al Padre, recobrando su condición de Rey y Señor. Jesús decidió pasar 40 días entre los hombres. El relato de la resurrección en Lucas 24, posee infinidad de detalles significativos que podrían tomarnos horas analizar, pero me gustaría detenerme en algunos: en el versículo 15 dice que caminaba con ellos, en el versículo 19 les hacía preguntas (un tanto capciosas), en el versículo 27 les enseñaba, en el versículo 30 se sentó a la mesa y comió con ellos, en el versículo 39 les mostro su cuerpo y las marcas de la cruz.

Cristo se identificó con nosotros al extremo! En su encarnación, en su crucifixión y gloriosamente también en su resurrección y victoria definitiva.

En todo este gran proceso, desde su llegada al mundo hasta su ascensión (y también después, hasta neutros días), Jesús pone en práctica dos principios fundamentales, que estuvieron presentes en toda su vida, ministerio y exaltación. El amor y la unidad, los cuales se reflejaron en sus actos cotidianos, enseñanzas, oraciones,dependencia de Dios, entre otras cosas.

Por medio del amor, cuya expresión extrema es la persona misma del Señor Jesús, Dios quiere que volvamos a la unidad perfecta inicial (comunión), con la cual nos creó y diseño desde el principio de los tiempo para que seamos uno, en unión con El.

“De tal manera amo Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” Juan 3:16

“para que todos sean uno; como tú, ho Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste (…) y que los haz amado a ellos como también a mí me has amado” Juan 17: 21, 23

Los misterios de Dios sin insondables, increíbles e incomprensibles, son locura para el mundo, pero salvación para los que creen.

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