21 diciembre, 2014

Navidad Efesios 1 – Parte II


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Salvación no es solo sacar al hombre de la tierra y llevarlo al cielo, sino «sacar» a Dios del cielo y traerlo a la tierra.

Hay muchos planes que el hombre llevó a cabo y que resultaron con éxito (no sin antes tener muchos contratiempos) como ser llegar a la luna y caminar sobre ella, y lejos en el tiempo dar la vuelta al mundo en barco por primera vez proeza hecha por el marino español Sebastián de El Cano, por la muerte de Magallanes, o «descubrir» un nuevo mundo como América, la cápsula Orion realizó hace pocos días, con éxito su primer vuelo de prueba no tripulado al espacio, en lo que supone un paso hacia la exploración de nuevos destinos en el espacio profundo, como un asteroide o el planeta Marte. etc. Pero lo que si es un brillante plan y planeado por la mente de nuestro gran Dios es la salvación del hombre.

En la Biblia hay numerosos himnos que forman parte de ella, es fácil darse cuenta de estos cánticos en el Antiguo Testamento, pero en el Nuevo se nos complica. Ya dijimos que el evangelio de Lucas tiene 4 bien notables, en sus comienzos: El canto de María, de Zacarías, de Elizabeth y el de los ángeles. En Efesios 1, tenemos un himno que fue llamado por alguien el «Himno de la Redención».

Allí en resumen vemos que: Dios el Padre, planeó la salvación, Dios el Hijo ejecutó o concretó la salvación, (desde antes de la fundación del mundo), quiere decir que antes de la creación del hombre y su caída, ya estaba previsto el plan de recuperarlo; por eso la encarnación es el fundamento de la obra redentora, el Dios de los cielos hecho hombre (2 Corintios 8:9), cuando de lo Alto nos visitó la Aurora, el amanecer de un nuevo día, y Dios el Espíritu Santo la aplicó o la hizo real en nosotros.

Leamos Efesios 1:3-14.

Según los eruditos este es una canción antigua que Pablo usó para elevar a Dios un himno de alabanza y de acción de gracias por Sus designios de amor y por las bendiciones que nos ha otorgado en Cristo. Es llamado el Himno de la Redención.

Se puede dividir perfectamente en tres partes, o sea tres estrofas (Una para cada integrante de la Trinidad: Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo) y un estribillo o coro que dice: «Para alabanza de la gloria de su gracia» «que seamos para alabanza de su gloria» y «para alabanza de su gloria» (Efesios 1:6,12,14).

El estribillo es un recurso poético consistente en un pequeño grupo de versos que se repiten. Tradicionalmente, se encuentra el estribillo al principio de la composición y repitiéndose al final de cada estrofa. En la canción actual se entiende como estribillo también a una estrofa que se repite varias veces en una composición. Entre los poemas que tradicionalmente han llevado estribillo se encuentran el zéjel, la letrilla y el villancico, a veces también el romance y otras formas de poesía popular.

El estribillo es una forma de repetición, base del ritmo y ligazón que da unidad al poema. Su nombre deriva de estribo, explicando su función de base o tema en que estriba la composición, al llevar en él la idea principal.

Veamos por partes:

1) Gratitud a Dios el Padre por planear la salvación del hombre (Efesios 1:3-6). El pasaje es muy rico y podríamos detenernos varias horas y no terminaríamos de extraer sus riquezas. Pero yo lo voy a enfocar vinculado con la Navidad y la salvación. El verso 4 dice que el Padre nos escogió en él antes de la fundación del mundo, y completa la idea que nos salva para que seamos santos. La misma idea está expresada por Pedro en 1 Pedro 1:20, donde dice que el Padre respecto de Cristo «Ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros».

La palabra destinado, es escogido, provisto, ordenado, conocer de antemano.

Manifestado: El Padre fue manifestando desde el principio de la existencia humana lo que eran sus planes, lo que cobijaba su mente prodigiosa. Así, podemos ver que la primera manifestación profética fue indicar que el Mesías: NO SERÍA NI ÁNGEL, NI QUERUBÍN, NI SERAFÍN, NI UN SEMIDIOS, NI UN ARCÁNGEL, SINO SERÍA UN INTEGRANTE DE LA RAZA HUMANA. Génesis 3:15 dice: «Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tu le herirás en el calcañar».

Con el paso del tiempo se indicó que sería en una sección de la raza, de los tres hijos de Noé se seleccionó a Sem, Génesis 9:26-27, «Y habite en las tiendas de Sem». ¿Quién habite? Está tácito el sujeto, pero señala a: DIOS.

Luego fue manifestada una nación de las que derivaron de Sem. Génesis 12:1-3. La nación grande que bendeciría a todas las naciones.

Luego fue manifestada que tribu de esa nación. Génesis 49:1,10. Allí es señalada un hijo de Jacob, era Judá.

Luego fue manifestado una familia de esta tribu, la familia de Isaí. Uno de sus ocho hijos se llamaba David. Samuel fue el indicado en señalarlo (1 Samuel 16).

Luego se indicó una mujer de dicha familia, y que sería virgen. Isaías 7:14 dice: «El Señor os dará señal: he aquí la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel».

Uno de los grandes propósitos del Antiguo Testamento es mostrarnos en forma escalonada, y revelando en forma progresiva, no todo de golpe, como iba a ser manifestado el Mesías. Dios el Padre lo planeó.

Esta primer parte del himno de la redención termina con un estribillo o coro: «para alabanza de la gloria de su gracia…» Efesios 1:6.

 

2) Gratitud a Dios el Hijo por ejecutar a su tiempo o concretar la salvación (Efesios 1:7-12).

Timoteo 3:16: “E indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria”.

De este texto, tomemos unas pequeñas frases: “Dios fue manifestado en la carne y visto de los ángeles”.

Pensemos: ¿Sabías que esta es la primera vez que los ángeles lo habían visto? Nunca antes lo habían visto, porque Él habitaba con el Padre en el puro Espíritu, no fue sino hasta cuando él se encarnó, que los ángeles pudieron verle y exclamaron, ¡Ahí está Él!

Nosotros hemos vivido la luz de esta gloria desde que fuimos creados, pero la primera vez que un ángel vio a Aquel que había morado con ellos eternamente, fue cuando él estuvo sobre las pajas de un pesebre; entonces fue visto de los ángeles, ¿No es esto extraordinario? Los ángeles lo vieron, y dijeron: Miren, ahí está Él, lo podemos ver, lo podemos ver.

Él se hizo hombre, sigue siendo un hombre, Juan lo vio en la gloria, uno semejante al Hijo del Hombre. Su nombre es Jesús, esa es su humanidad, pero su título es Cristo.

Jesucristo vino en la carne. Él es tan hombre como si no fuera Dios de ninguna manera, pero es tan Dios, como si no fuera hombre de ninguna manera. No es mitad Dios y mitad hombre, y no es solo hombre y no Dios, ni solo Dios y no hombre. Es el Hijo celestial de una madre terrenal y el Hijo terrenal del Padre Celestial.

Él es el Dios hombre, jamás habrá otro como Él. De eso se trata la Navidad, y si usted no entiende esto, tampoco entenderá la Navidad. Y si usted no acepta esto, usted no es de Cristo, aquí encontramos, en un verso, un gran resumen de aquella gran historia, la historia de Cristo.

I. La historia de Cristo es la revelación de la fe verdadera

La Palabra dice: «Grande es el misterio de la piedad”, o de nuestra fe». ¿Qué es un misterio? Solemos pensar en algún crimen que sólo un gran detective puede resolver, o en algún suceso que nadie puede explicar.

En la Biblia, sin embargo, la palabra misterio generalmente significa: Verdad antes velada pero ahora revelada.

Habla de verdades que antes eran desconocidas, pero que Dios ahora ha revelado en su sabiduría y bondad. Este misterio consiste en la historia de Cristo, que había sido profetizada en el Antiguo Testamento, pero que nadie realmente conoció o entendió hasta que Jesús vino a este mundo. Este es el misterio de la piedad: La historia de Cristo, lo que El vino a hacer por nosotros. Es más, ese misterio es la verdadera religión. La palabra que se traduce piedad en la Reina Valera y fe en la N.V. Internacional tiene que ver con la religión. En otras palabras, podríamos decir que en Cristo, se ha revelado la verdadera religión. Lo que Dios realmente desea de las personas se ve en Cristo.

El mismo lo dijo. Cuando le preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras que Dios exige?» Jesús respondió: «Esta es la obra de Dios: que crean en aquel a quien él envió» (Juan 6:28-29). En Cristo está la revelación de lo que Dios realmente desea de nosotros, esto es, que creamos en El cómo Señor y Salvador.

Hay muchas otras religiones, que el hombre ha inventado, pero aquí vemos lo que Dios desea de nosotros. Las religiones humanas son formas en que el hombre trata de llegar a Dios.

Los antiguos edificadores de la torre de Babel querían subir hasta Dios, pero con Cristo, en cambio, Dios ha bajado hasta nosotros. Es por esto que la historia de Cristo es la revelación de un misterio. Por El, Dios nos ha mostrado lo que Él quiere de nosotros. Cuando vienes a Cristo, tienes que dejar atrás la religión humana y reconocer que sólo Dios te puede salvar. Sólo Dios puede rescatarte y traerte a la victoria.

II. La historia de Cristo es una historia de sacrificio y victoria

Observen las tres frases que describen el sacrificio y la victoria de Cristo. Leemos: «Él se manifestó como hombre, fue vindicado por el Espíritu, visto por los ángeles». ¿A quién se refiere con el pronombre El? Los versos anteriores nos dan como antecedente Dios.

Esto nos lleva al primer sacrificio. Jesús, siendo por naturaleza Dios y poseyendo todos los atributos de la divinidad, se hizo hombre. Compartió nuestra carne. ¿Cómo podemos nosotros comprender la profundidad de este sacrificio? Pongamos un ejemplo. ¿Alguna vez has tenido que dejar atrás una comodidad a la que te habías acostumbrado? Cuando los chicos fueron en sus viajes misioneros, dejaron toda comodidad, con los huarpes, no había baño… Quizás tú has tenido una sensación similar cuando se ha descompuesto la televisión, o el teléfono.

Bueno, a comparación con lo que hizo Jesucristo, esas cosas son pequeñeces totalmente insignificantes. Si multiplicamos nuestros sentimientos al perder aquello que valorábamos, entonces, podemos empezar a comprender en pequeña medida lo que le significó a Cristo dejar atrás el cielo y manifestarse en carne humana.

Como Dios, Él tenía miles de ángeles para cumplir cualquier deseo suyo. Como hombre, tuvo que sufrir como súbdito de un imperio cruel y humillante. Como Dios, jamás conoció el hambre, la sed, el cansancio; como hombre, experimentó todas estas cosas.

Y sin embargo, allí no se acaba el asunto. Su sacrificio llegó mucho más allá de eso; no sólo se hizo hombre, sino que sufrió una muerte humillante y dolorosa. Todo esto lo hizo por ti – y por mí. Su muerte fue lo que nosotros merecíamos. Él tomó nuestro lugar, como substituto.

Pero no se quedó en la tumba; el poder del Espíritu Santo lo resucitó, mostrando así que Él es quien dijo ser. Cualquiera podría decir lo que Jesús dijo, pero el hecho de que resucitó es la muestra de que era verdad; que El realmente es el Hijo de Dios y Salvador del mundo.

Luego regresó al cielo, siendo adorado por los ángeles, habiendo ganado la victoria sobre las fuerzas de la muerte y del mal.

¡Qué gloriosa victoria! Vino a través de su sacrificio. Por medio del sacrificio de Cristo, cualquiera de nosotros puede compartir esa victoria. Por eso,

 

III. La historia de Cristo es una historia que se debe compartir

 

En vista de la victoria que ha ganado Cristo mediante su sacrificio, tenemos algo para proclamar al mundo. Por esto dicen las últimas tres frases de nuestro verso: «proclamado entre las  naciones, creído en el mundo, recibido en la gloria».

Hay un orden de eventos en estas frases. Primero, se proclama el mensaje. Jesús nos dejó como encargo: «Vayan y hagan discípulos a todas las naciones» (Mateo 28:19). Como resultado, muchos  creerán en El de entre las naciones del mundo. Un día, El volverá de la gloria a donde subió, y nos llevará a estar con  El.

Si tenemos esa esperanza, la debemos de compartir. Esta es  nuestra misión. Si descubrieras un remedio para el cáncer, ¿no lo compartirías con todo el mundo para que se pudieran salvar muchas vidas? ¡Sería cruel no hacerlo!

Dios nos ha encomendado a nosotros un mensaje aún más importante que un remedio para el cáncer. Es un mensaje que tiene poder para transformar vidas, para cambiar al pecador más endurecido y dar esperanza al alma más abatida.

Se cuenta la siguiente historia de Guillermo Booth, el fundador del Ejército de Salvación. El caminaba en Londres con su hijo de 12 o 13 años. Para sorpresa del hijo, repentinamente lo metió a un bar. El lugar estaba lleno de hombres y mujeres marcados por el vicio y el crimen, muchos de ellos embriagados. Los humos de tabaco y el olor a alcohol envenenaban el ambiente. «Hijo», dijo Booth, «ésta es nuestra gente». «Quiero que vivas para ellos, y que los traigas a Cristo». El hijo de Booth recordó ese momento toda su vida; años después escribió, «la impresión nunca me dejó».

¿Qué vemos cuando miramos a nuestro alrededor? ¿Vemos «chusma»? ¿O vemos nuestra gente, las personas que Dios nos está llamando a evangelizar? Cuando miramos hacia otros países, ¿vemos extranjeros con costumbres extrañas? ¿O vemos nuestra gente, las personas a quienes Dios nos llama a enviar misioneros?

Ejemplo:

A un misionero en África se le preguntó si realmente le gustaba el trabajo que hacía. Su respuesta fue sorpresiva. «¿Me gusta el trabajo? No, no me gusta. A mi esposa y a mí no nos gusta la mugre. Nos gustan la limpieza y el orden. No nos gusta entrar de rodillas a asquerosas chozas rodeados por desechos de cabra.

Pero… ¿será que no haremos nada para Cristo que no nos guste? Que Dios tenga misericordia de nosotros, si es así. Que nos guste o no nos guste no tiene nada que ver. Hemos recibido órdenes de «ir», y vamos. El amor nos impulsa.»

Nosotros hemos recibido órdenes también – órdenes de ir y contar la historia de Cristo. Según la Junta de Misiones Internacionales, existen 11.362 grupos étnicos en este mundo, y 6.494 de ellos, unos 3.600 millones de personas, no han sido alcanzados. Ciertamente, en las palabras de nuestro Señor, «la mies es mucha, y los obreros pocos» (Mateo 9:37).

¿Qué haremos para que más obreros puedan ir a la mies? ¿Oraremos? ¿Ofrendaremos? ¿Iremos? Tenemos una historia que contar, una historia de salvación y de transformación. Si esa historia nos ha transformado, ahora nos corresponde llevarla a otros.

En esta Navidad, ¿qué harás para que más personas puedan oír la historia de Cristo?

Hebreos 1:1-2, Gálatas 4:4-6.

Tres ideas importantes hay implicadas en la redención:

a) El pago del rescate por medio de la sangre de Cristo (1 Corintios 6:20, Apocalipsis 5:9).

b) Fue eliminada la maldición de la ley (Gálatas 3:13, 4:5).

c) Salir de la esclavitud del pecado y entrar a la libertad de la gracia.

Todo se logró por el derramamiento de sangre (Hebreos 9:22b), por eso no podía Jesús venir en Espíritu, porque un espíritu no tiene cuerpo y por lo tanto no tendría sangre. Esta es la razón por la cual en Hebreos 2:14 dice: «Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es al diablo».

Si dos deidades hubieran formado a Cristo, tendríamos un Dios remoto, distante e inaccesible. Si dos personas, hombre y mujer hubieran dado a luz a Cristo, Jesús sería un pecador más. Así que Jesús fue el Hijo celestial de una madre terrenal y el Hijo terrenal de un Padre Celestial. En la primera Navidad, la noche se hizo día, y en el momento de la Cruz, el día se hizo noche. Vemos que a los efectos de la salvación del hombre, hay una sujeción santa de Jesús (por el hecho de su encarnación) al Padre, y una sujeción del Espíritu (quien debía aplicar la salvación al corazón del hombre) a Jesús.

3) Gratitud a Dios el Espíritu por aplicar la salvación a nosotros (Efesios 1:13-14).

La NVI dice: «Y también vosotros fuisteis incluidos en Cristo cuando oísteis” (es decir, recibisteis por fe, ya que la fe viene por el oír- Romanos 10:14-17) la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación. En él (Cristo), cuando creísteis, fuisteis marcados con el sello, el Espíritu Santo prometido, que es el depósito que garantiza nuestra herencia hasta la redención de aquellos que son posesión de Dios, para alabanza de su gloria».

Según el M. Henry comentando este texto dice que:

  1. Al dirigirse a los creyentes de aquel día que venían del paganismo y ser los primitivos destinatarios de la carta, y en conexión con el verso 12 (los que primeramente esperábamos en Cristo), les dice que ellos también fueron incluidos en Cristo, como si dijese, aún cuando nosotros (los judíos) nos habíamos adelantado a la esperanza, ahora están NIVELADOS, paganos y judíos, son participantes de las bendiciones incluidas en la Simiente bendita de Abraham. ¡También para ustedes ha venido el Mesías de Israel! Luego el tema es retomado en Efesios 2:11-22.
  2. Usa tres verbos en Efesios 1:13-14: Oísteis, creísteis y fuisteis sellados. Este sello es puesto en el mismo momento que la persona es salva por gracia.
  3. El «sello del Espíritu» es una expresión metafórica tiene una gran ilustración. Dios el Padre lo marca al creyente al creer y es el que tiene el sello en su mano, el sello mismo es el Espíritu, y la imagen o estampa en el espíritu es la imagen del Hijo. Por medio del Espíritu, Dios el Padre imprime en nosotros la imagen de Su Hijo.

El sello indica:

1) Protección: Respaldada por una autoridad efectiva (Apocalipsis 7:3 y Mateo 27:66), estamos protegidos por las manos del Omnipotente (Sal 91:1, Juan 10:28-30).

2) Propiedad o pertenencia: somos propiedad de Cristo (Cantares 8:6 y 1 Corintios 3:23).

3) Garantía, en forma de arras. De que lo sellado llegará a su destino o recibirá seguro cumplimiento Efesios 4:30 y Romanos 8:11.

 

Aplicación:

 

En el tiempo de la primera Navidad hubo tres pintorescos personajes que reaccionaron de manera muy diferente a la llegada del Hijo de Dios, de ellos podemos aprender a ver cuál es la reacción correcta:

  1. La respuesta del mesonero. Respuesta llena de excusas, disculpas y preocupación. No fue hostil, no se opuso pero tenía seguramente muchas excusas para mandar a una parturienta al establo, sus argumentos pudieron ser: «Quisiera poder ayudarlos, pero escapa a mis posibilidades», «Tengo que mantener mis prioridades», «Después de todo esto es un negocio», «El asunto del niño por nacer no es mi problema», «Sepan disculpar, carezco de los elementos necesarios para darles una solución», «No quiero que piensen que soy insensible, o tengo otros medios a mi alcance». Millones hoy se disculpan frente al Señor y dan la respuesta de la preocupación, es decir estoy en mis cosas.
  2. La respuesta de Herodes. Es la respuesta hostil, hipócrita e indeseable, tenía una envidia incontenible, quería destruir al niño. El pecado es una respuesta hostil al Señor, la carnalidad, la vida centrada en nosotros mismos olvidando todo lo demás. Se toma a Jesús como una amenaza a mi forma personal de conducirme, cuando la de Dios es la mejor.
  3. La respuesta de Simeón. Es la respuesta positiva, deseable, y bendecida. Era un hombre justo y piadoso. Había recibido una promesa de que no moriría sin antes ver al Mesías. Fue movido por el Espíritu para ir al templo y ver la realidad del niño Dios. Tuvo una confesión de fe: «Han visto mis ojos tu salvación». Expresó gratitud, pues bendijo a Dios. Tuvo una perspectiva gloriosa de si mismo menospreciando su vida presente, anhelando la muerte. Podía despedirse de este mundo en paz.

Si no eres creyente aún, tenés que observar cuál es la respuesta que darás al Señor que quiere entrar a tu corazón. Si ya eres creyente, la vida humana se compone de múltiples decisiones por día, en cada una de ellas damos respuestas. ¿Cómo serán? Las llenas de excusas, disculpas y con preocupaciones. Estas respuestas desagradan al Señor, o tal vez la respuesta hostil, hipócrita e indeseable cuando siendo del Señor vivimos como queremos. Esto entristece al Señor. La adecuada respuesta es la positiva, la deseable y la bendecida, es que la imagen de Jesús se forme cada vez más nítidamente en nosotros. ¿Es así con vos?

Bibliografía: Comentario de M. Henry, del pastor Rogers, Comentarios de Efesios.

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