21 marzo, 2021

No tengo plata ni oro


Por:
Compartir en redes sociales:

En el libro de los Hechos capítulo 3 encontramos a Pedro y Juan yendo a orar al Templo (en
Jerusalén), tal como era la costumbre, y antes de ingresar tienen un encuentro con un hombre
discapacitado (lisiado), que solía mendigar en una de las entradas conocida como la Hermosa.
Recordemos que hacía pocas semanas que el Señor Jesús había ascendido al cielo; antes de esto
habían vivido meses convulsionados, con toda una serie de sucesos que desembocaron en la
persecución, arresto y crucifixión de Jesús. Luego la maravillosa resurrección; y por último los 40 días
de apariciones y confirmación a sus discípulos hasta la ascensión a la presencia de Dios.
¿Cómo habrán sido estas primeras semanas para sus seguidores? ¿Qué habrá pasado por sus
cabezas? Seguramente estaban en proceso de comprender la magnitud de todo lo que habían vivido
y las cosas que el Señor les había enseñado y adelantado que sucederían.
Entre esas, hacía pocos días que habían experimentado la venida del Espíritu Santo en Pentecostés,
cuando se encontraba el grupo inicial de unos 120 discípulos en el lugar de reunión, y se manifestó el
Espíritu de Dios en un fuerte viento que llenó el lugar; lenguas de fuego se posaron sobre sus
cabezas, y comenzaron a hablar en diferentes idiomas que fueron escuchados por la gente que se
acercó al lugar, quienes eran peregrinos de otros países que habían venido a Jerusalén por la fiesta
de Pentecostés (una de las tres fiestas anuales que se celebra en la ciudad santa).
Con este acontecimiento se inauguraba un nuevo tiempo del trato de Dios con la humanidad. A
partir de ahora la iglesia de Jesucristo, conformada por aquellos que día a día se unían por fe a esta
comunidad de creyentes (y que llega hasta el día de hoy con nosotros), sería el agente que Dios
utilizaría para llevar el mensaje de salvación a todo el mundo. De hecho es un hermoso simbolismo
que el Espíritu Santo haya hecho el milagro de que comiencen a adorar a Dios en diferentes idiomas,
porque mostró que la bendición del evangelio es para todo el mundo.
Lo cierto es que en este contexto inicial, y luego de estos sucesos, encontramos esta hermosa
historia de fe y poder de Dios para bendición de un hombre discapacitado y testimonio de muchos,
ya que cientos se añadieron a la incipiente iglesia de Jesucristo a pesar del revuelo que causó en la
ciudad y el recelo de las autoridades.
Leamos entonces Hechos 3:1-10
3 Un día subían Pedro y Juan al templo a las tres de la tarde, que es la hora de la oración. 2 Junto a la
puerta llamada Hermosa había un hombre lisiado de nacimiento, al que todos los días dejaban allí
para que pidiera limosna a los que entraban en el templo. 3 Cuando este vio que Pedro y Juan estaban
por entrar, les pidió limosna. 4 Pedro, con Juan, mirándolo fijamente, le dijo:
—¡Míranos! 5 El hombre fijó en ellos la mirada, esperando recibir algo.

2
6 —No tengo plata ni oro —declaró Pedro—, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de
Nazaret, ¡levántate y anda!
7 Y tomándolo por la mano derecha, lo levantó. Al instante los pies y los tobillos del hombre cobraron
fuerza. 8 De un salto se puso en pie y comenzó a caminar. Luego entró con ellos en el templo con sus
propios pies, saltando y alabando a Dios. 9 Cuando todo el pueblo lo vio caminar y alabar a Dios, 10 lo
reconocieron como el mismo hombre que acostumbraba pedir limosna sentado junto a la puerta
llamada Hermosa, y se llenaron de admiración y asombro por lo que le había ocurrido.

Al leer esta historia meditaba en tres ideas que se destacan y quisiera compartir con ustedes.
1) La atención que prestaron Pedro y Juan en este hombre necesitado.
2) La respuesta que dieron a la necesidad.
3) El resultado que provocó este gesto de misericordia.

En primer lugar es interesante notar cómo el relato bíblico hace énfasis en la atención que Pedro y
Juan le prestaron al hombre. Dice el texto que “mirándolo fijamente… Pedro le dijo míranos” (v. 4).
Luego dice que también el hombre “fijó en ellos la mirada…” (v. 5).
Pedro y Juan podrían haber pasado de largo porque estaban concentrados en una piadosa acción
que iban a realizar (recordemos que iban a orar al Templo a la oración de las 3 de la tarde, también
oraban a las 9 y a las 12 del mediodía); por lo que era algo bueno, aprobado, lo que iban a hacer.
Por otro lado, la imagen del mendigo pidiendo seguramente haya sido parte del paisaje habitual y ya
pasara desapercibido para los visitantes. Cuando algo se repite vez tras vez, ya deja de causar
impresión y se transforma en algo más de la realidad. No hay peor cosa que ser ignorados, no
tenidos en cuenta, desestimados. A veces es preferible el rechazo directo que pasar desapercibidos.
O tal vez el no saber cómo responder ante una necesidad evidente y abrumadora podría haberlos
hecho titubear y desistir de cualquier intento de acercamiento.
Sin embargo, la Biblia dice que se detuvieron y fijaron su vista en el mendigo. Prestaron atención,
miraron intencionalmente al hombre.
Cuántas cosas dicen las miradas… no solo las miradas de los ojos sino también las del corazón.
Creo que muchas veces las necesidades que se presentan a nuestro alrededor nos abruman y
paralizan; la pobreza, la enfermedad, el dolor, nos dejan sin palabras, sin saber qué hacer o decir. Y
optamos por seguir de largo. Quizás inconscientemente no queremos ver, no fijamos la mirada.
Cuántas veces rogamos que no nos toque el semáforo en rojo para no tener que enfrentar el pedido
de un mendigo.
Pero no solo de pobreza material se trata, sino también de necesidades del corazón, necesidades
emocionales, angustias, soledad, necesidades espirituales; hay gritos silenciosos de personas a
nuestro alrededor que demandan atención.
Esta historia nos muestra en primer lugar la importancia de prestar atención a las necesidades que
hay alrededor, poder fijar nuestros ojos en aquellos que necesitan una mirada de amor y
misericordia. ¿Quiénes son aquellos que están en nuestro camino?

3
En la Palabra de Dios encontramos el valor que el Señor le da a los “pequeños”, o sea a los
insignificantes, esos que pasan desapercibidos, que no entran en el radar de las cosas que llaman
nuestra atención. Y se lo toma muy a pecho.
Miren lo que dice el Señor Jesús en Mateo 25:31-46
31 »Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, con todos sus ángeles, se sentará en su trono
glorioso. 32 Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará a unos de otros, como separa el
pastor las ovejas de las cabras. 33 Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda.
34 »Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha
bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del
mundo. 35 Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui
forastero, y me dieron alojamiento; 36 necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron;
estuve en la cárcel, y me visitaron”. 37 Y le contestarán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos como forastero y
te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? 39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel
y te visitamos?” 40 El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis
hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí”.
Cada vez que pensamos cómo el Señor posó su mirada, su atención en nosotros, sin tener ninguna
cualidad especial, sino justamente todo lo contrario, no podemos más que maravillarnos de su
misericordia y amor. Nos llamó por nuestro nombre, nos regaló el derecho a ser herederos suyos.
Cuando estamos tentados a pasar por alto esas realidades, muchas veces por estar distraídos o
demasiados concentrados en nuestros propios proyectos (algunos muy loables y necesarios como la
propia familia, hijos, trabajo, incluso cosas espirituales como el ministerio o la iglesia) recordemos la
mirada de Jesús en nuestra propia vida.
Si prestamos atención a nuestro alrededor, si ponemos una mirada intencional en las realidades y
necesidades de aquellos que nos rodean, por más insignificantes y pequeños que sean, seguramente
estaremos reflejando la actitud de Cristo Jesús, y alegrando su corazón.

En segundo lugar, esta historia nos hace pensar, y nos muestra la respuesta del apóstol Pedro y Juan
ante la realidad de este mendigo.
Una vez que se detuvieron y prestaron atención a la situación en que se encontraba el hombre,
podrían haber pensado “Y ahora qué hacemos, ¡para qué nos detuvimos! No tenemos lo que este
hombre está pidiendo. Hubiera sido mejor seguir de largo y llegar a tiempo al Templo para orar.”
Creo que muchas veces cerramos los ojos ante la necesidad o desesperación de otros por
impotencia, por no saber cómo responder, o por no tener con qué responder. Creemos que nuestra
mochila está vacía. Que no tenemos recursos para dar.
No tengo el dinero suficiente para ayudar ante una necesidad material. No tengo el suficiente
conocimiento bíblico para responder ante una necesidad espiritual. No tengo erudición o capacidad
para hablar o decir algo interesante. No tengo la paciencia para lidiar con los conflictos de otros. Me
impresiona y paraliza el sufrimiento, el dolor, la tristeza o la angustia.

4
Pedro y Juan observaron la situación y reconocieron que no tenían todas las respuestas a la
necesidad del mendigo. Realmente no tenían lo que el mendigo les estaba pidiendo. De hecho lo
reconocen y le dicen que no tenían plata ni oro.
Pero entendieron que sí tenían algo para dar. Tal vez no era lo que el mendigo estaba buscando,
pero indudablemente transformó su vida para siempre. No hay dudas que ni todo el oro ni la plata
del mundo podrían compararse con lo que recibió.
Ellos le ofrecieron el don de Dios, que se manifestó a través de un milagro de sanidad. No tenían
plata ni oro pero sí tenían la fe suficiente en Jesucristo para producir un milagro que diera gloria a
Dios.
No se si te ha pasado alguna vez, pero muchas veces yo me he visto impotente, sin saber qué decir ni
ofrecer ante la necesidad, el dolor, la desesperanza o desmotivación de otros. Creo que no tengo las
respuestas que el otro necesita, que no estoy a la altura de sus necesidades.
Pero es probable que ni siquiera haya prestado la suficiente atención a mi hermano, no he fijado mis
ojos en su dolor. Y hasta ahí llegaron mis posibilidades.
La Palabra nos enseña que si hemos conocido a Jesucristo, si hemos experimentado sus bondades,
siempre tenemos algo para dar. Puede que no sea plata ni oro. Pero siempre podemos manifestar
las virtudes del Señor; desde un pequeño gesto, o incluso aunque más no sea una oración silenciosa
a favor del necesitado.
Dice la Biblia en 2 Corintios 1:3-4
3 Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda
consolación, 4 quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo
que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren.
2 Corintios 9:8
“Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre
en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra.” (RV60)
“Dios puede darles a ustedes con abundancia toda clase de bendiciones, para que tengan siempre
todo lo necesario y además les sobre para ayudar en toda clase de buenas obras.” (DHH)
Efesios 2:10
“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”
Damos y hablamos de lo que tenemos. Si estamos en Cristo, una nueva naturaleza hay en nosotros,
que se traduce en obras de bien y bendición a otros.
No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy. ¿Qué tenés querido hermano para dar? ¿Si buscás
en tu mochila, qué podés entregar de lo que te haya dado Jesucristo? ¿Qué virtudes del cielo podes
dar para bendición del que la necesita?
Que el Espíritu Santo nos ayude a comprender y valorar todas las bendiciones con que nos ha
bendecido para bendecir y ser de bendición a otros. Seguramente muchas de ellas serán lo único que
tenemos, pero serán la respuesta de Dios que puede transformar la vida de otros.

5
Por último, y en tercer lugar, esta historia nos enseña que todo lo que damos (entregamos) en el
nombre de Jesucristo genera gloria y honra a Dios. El resultado de nuestras acciones en Cristo
produce que se glorifique su nombre y se extienda su reino.
Dice el relato que el mendigo comenzó a saltar y alabar a Dios (v. 8-9), además del asombro y
maravilla que ocasionó en el pueblo (v. 10-11). Lo cual aprovechó luego Pedro para enseñar y
predicar del poder de Dios en Jesucristo (v. 11-28), e hizo que mucha gente se convirtiera a Cristo,
llegando a ser para ese momento más de 5000 personas las que conformaban la iglesia (v. 4:4).
Qué extraordinario el resultado que produjo dar (entregar) lo que Pedro y Juan tenían. No tenían
plata ni oro pero sí una fe suficiente en Jesucristo para que Dios produjera un milagro de sanidad.
Nuestras obras hablan de la fe que tenemos; nuestras acciones muestran al Dios en el cual creemos.
Y eso produce gloria al nombre de Cristo. Y extiende su reino.
El Señor Jesús dijo en Mateo 5:16
“Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y
alaben al Padre que está en el cielo.”
1 Pedro 2:12
“Mantengan entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque los acusen de hacer el mal,
ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación.”
Hebreos 10:24
“Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras.”
Cuando miramos fijamente la necesidad, la realidad que tenemos a nuestro alrededor, sin esquivarla,
y buscamos dentro nuestro qué podemos dar, qué podemos entregar en Cristo para bendición,
entonces se produce el milagro de que a través nuestro, de nuestras sencillas acciones de amor, se
refleje Jesucristo y se glorifique su nombre.

(pasar video Pedro y Juan sanando al cojo de nacimiento)

CONCLUSIÓN:
Estamos atravesando un tiempo de necesidad e incertidumbre, que se ve reflejado de distintas
maneras. Muchos de los que están alrededor nuestro, tanto dentro de la iglesia como fuera, están
viviendo momentos de necesidad, de confusión, de dolor. Pueden ser necesidades físicas o
materiales, como necesidades emocionales y espirituales.
La Palabra del Señor nos anima a fijar nuestra mirada en las necesidades alrededor, prestar atención,
para luego poder dar y entregar las bendiciones que vienen de su presencia. No es por la cantidad de
lo que demos, o lo importante que sea a los ojos humanos, que podemos hacer la diferencia. Sino
por lo que Dios puede hacer por medio nuestro.
Esta es la iglesia que glorifica al Señor, la que a través de sus obras de amor y justicia encarna las
virtudes del Reino de Dios y lo extiende en el mundo.

6
Quizás no tengamos los recursos o respuestas que los demás buscan, pero sí tenemos aquellas
virtudes que Dios nos regaló en Cristo, bendiciones con las que hemos sido bendecidos, desde la fe
en nuestro Señor Jesús, como el fruto del E.S. que se manifiesta en obras de amor.
Tal vez podemos preguntarle al Señor, que nos muestre en este tiempo en quién fijar nuestra
mirada, poder ser sensibles al que está en necesidad, para poder dar algo de lo que hemos recibido
por su gracia, y glorificar su nombre.
Cualquiera de nosotros tiene cinco panes y dos peces para dar, por más sencillo que sea, como ese
niño que fue a los pies de Jesús. Y que en las manos de Cristo pueden transformarse en esos milagros
que bendigan la vida de otros. No tengamos dudas, si así hacemos estaremos bendiciendo a nuestro
prójimo, dando gloria al nombre de Cristo y ayudando a extender su reino en la tierra.

Compartir en redes sociales: